Segundo tiempo: parte 1

La ascensión

Desde los infiernos

Mismo tiempo, otro lugar…

Parte 1

Atención: en esta historia se describen escenas de violencia y violencia sexual que pueden herir a víctimas sensibilizadas

Estas escenas aparecerán destacadas para poder evitarlas en caso necesario.

Cea se despertó con tremendos dolores por todo el cuerpo y con la boca tan seca que dejaba unas marcas blancas bien visibles en la comisura de sus labios cuarteados por la sequedad. Encendió las luces de su habitción. Era un cubículo de poco menos de metro y medio de altura y otro tanto de ancho, por dos metros y medio de largo. Se incorporó y apretó un botón que hizo que se levantara una persiana interna dejando ver un amplio paisaje en el que se podían apreciar vehículos de diversa índole a distintas distancias en el desierto, tras un cristal especial que protegía de los rayos del sol sin añadir ningún matiz cromático al paisaje. Cubrió su torso desnudo con una camiseta vieja y grisácea y, apretando otro botón, se abrió una compuerta que ocupaba toda la pared contraria a la de la ventana y el fuerte hedor que penetró le provocó una arcada. Tumbado en el suelo de la vivienda ambulante, una especie autobuses o autocacaravanas de gran tamaño, que se conocían como autocasas, había un hombre casi desnudo, con los ojos abiertos como platos y cubierto tan solo por un pañal a través del que se notaba su erección. Cea supo que todavía estaba drogado. En la autovivienda ambulante, donde predominaban los colores vivos y alegres había un desorden y falta de higiene que hacían la estancia tan poco confortable como insalubre. Entre ese desorden, Cea rebuscó y sacó un corsé que se puso tras quitarse la camiseta y colocó en él sus senos adecuadamente. Llevaba una especie de braga-slip del mismo color que su camiseta.

La noche anterior había tomado una pastilla de multiverso que la había transportado al antiguo Egipto, donde, tras diversas aventuras en las que había derrotado un ejército, había mantenido relaciones sexuales con cuatro fornidos egipcios. Sonreía al recordarlo. Al ver a su pareja comprendió que él aún seguía drogado y además, como acostumbraba, de pastillas exclusivamente eróticas. A Cea le gustaban más las pastillas que también incluían aventuras, viajes en el tiempo, volar… Llevaban mucho tiempo sin mantener relaciones sexuales ente ellos; ese era uno de los daños colaterales del consumo, pero Evo se empeñaba en satisfacer sus necesidades con las drogas, o al menos así lo decía él cuando le echaba en cara a ella la ausencia de relaciones. Era curioso, porque Evo nunca tenía erecciones de manera natural y las pocas veces que mantenían relacione sexuales, que solo podían ser, según su cultura, con penetración, tenía que ser con ayuda de las drogas, pero a ninguno de los dos les satisfacía plenamente. Era algo muy común en la mayor parte de la sociedad: entre las personas que no estaban transmecanizadas ni eran, por tanto, eternas. Los eternos representaban apenas el 10% de la población y el resto, que, por tanto, suponían más del 90%, aún tenían necesidades fisiológicas.

Un fuerte sonido inundó el vehículo, pero Evo no se inmutó. Cea, sin embargo, creyó sentir que le estallaba el cerebro. Apretó la parte externa de su pabellón auditivo y respondió:

−¡Aló! −su voz sonaba tan ronca que parecía de ultratumba− … No hace falta que me grites, te oigo de sobra … Sí, me estás gritando… En dos horas estamos … Es imposible, ¿estás loca? … Ya vamos … Como se te ocurra dárselo a otro, te corto los huevos … Te estoy diciendo que estaremos … Hace semanas que no se los ve, comprueba si están vivos aún … Créeme, se drogan mucho más que nadie … Yo estaré serena, sabes que cumplo. Dame tiempo, Dosis, tan solo ayer te terminamos otro trabajo, estábamos celebrándolo. Ni siquiera hemos visto aun a los nuestros … Evo se puede ir a la mierda … Evo estará a mi lado, pero yo controlo … Ya sé, ya sé que es con él … ¡¡Ya vamos, joder!!

Cea comenzó a buscar entre todo aquel revoltijo de enseres y encontró un paquete. Lo abrió y extrajo un dispositivo que acercó a un pequeño saliente metálico del brazo de Evo en el que vació el líquido que contenía el dispositivo. Entonces, Evo despertó súbitamente gritando y soltando un sinfín de improperios y juramentos para terminar vomitándose por encima.

−Joder, Evo, con la peste que ya tenemos con tus malditas diarreas ahora esto −Cea volvió a sentir una arcada y se puso una mascarilla anti olor. 

Evo buscó alguna prenda sucia a su alrededor y comenzó a limpiarse con ella; mientras, Cea buscaba insistentemente abriendo y cerrando cajones, armarios… 

−¿Qué estás buscando? −Evo sacó un hilo de voz de algún rincón oscuro de su ser. Era un joven muy delgado, sin apenas bello en el cuerpo y casi sin masa muscular. Tenía la piel suave de la juventud, pero su rostro no reflejaba su joven edad y parecía mayor. Llevaba la cabeza afeitada y tatuada y tenía unos ojos grandes y azules rodeados por profundas ojeras moradas. De sus orejas, multiperforadas en distintos tamaños colgaban cadenas y un sin fin de adornos. En el resto de su cuerpo no se apreciaba ningún artificio con funciones ornamentales. Tan solo sobresalían en ciertas partes, dispositivos metálicos y vías, como la que había utilizado Cea para administrarle el medicamento que lo sacara automáticamente de su estado.

−Tiene que quedar alguna antipost. No puede ser que las hayamos consumido todas. Yo, al menos, no gasté ni la mitad de las que teníamos… −el paralenguaje de Cea trasmitía mucho enfado.

−No queda ninguna y déjate de insinuaciones gilipollas porque en estos momentos, tal y como me encuentro, te podría reventar la cabeza

−Tú ahora no podrías reventarle la cabeza ni a una mosca… 

Sin darse cuenta, Cea, mientras hablaba había llenado un vaso de agua al que le dio un buen trago inconscientemente. Al terminar, sus ojos se abrieron de manera casi antinatural, tapó su boca con la mano, y corrió hacia una portezuela que abrió y dejó ver el baño químico donde vomitó desmesuradamente…

−¿Ves? Tú también −rio Evo feliz ante el sufrimiento de su compañera.

−Sí, pero yo lo hago donde hay que hacerlo, so credo!!

Evo le propinó una patada que la desplazó medio metro por el suelo. Ella se levantó sin inmutarse y se dispuso a meter cosas en una bolsa como si no hubiera pasado.

−Tenemos trabajo y la gilipollas de Dosis solo quiere tratar contigo, vamos a paguemos para aseaarnos y que nos limpien esto y vamos. Tenemos una hora para todo, o sea que déjate de tonterías porque no tenemos tiempo

Evo estaba llorando

−Perdóname, mi bien, perdóname. No sé por qué hice eso… Son esta mierda de drogas, ya lo sabes… Vamos a dejar esta mierda que nos está destrozando, de verdad…

Cea no lo escuchaba. Se había envuelto toda ella con una túnica oscura y se había cubierto los ojos con gafas de sol. Abrió la puerta trasera del vehículo y una luz cegadora acompañada de un calor insoportable inundó brevemente el espacio interior del vehículo antes de que la cerrara. 

La autocasa estaba aparcada cerca de unos baños públicos ilegales. Cea, que iba cargada con un gran bidón de agua, se acercó a un intercomunicador y apretó un botón antes de hablar:

−Seremos dos y necesitamos también que nos limpiéis el vehículo por dentro.

Una cifra apareció en pantalla y Cea miró su mano.

−Espera que no traigo suficiente

Volvió a la autocasa de la que salía Evo también también cubierto por una túnica y con gafas de sol

−Son tres bidones. Saca otros dos.

−Pero, ¡eso es muchísimo!

−¿Cómo piensas hacerlo, si no?

Evo volvió a entrar y salió con los dos bidones del mismo tamaño que el que llevaba Cea. Apenas podía con ellos y Cea le cogió uno. 

Una portezuela se abrió a la entrada de los baños ilegales, una suerte de chozas realizadas con materiales reciclados y cubiertas por placas solares que proveían de energía a las precarias instalaciones. Introdujeron los bidones que fueron absorbidos mecánicamente y se abrió la puerta de entrada. Anduvieron por unos pasillos y se introdujeron en sendos compartimentos  con una luz verde en la entrada que se transformó en roja cuando estuvieron dentro. 

Evo se quitó el pañal y, al hacerlo, vomitó en el mismo lugar donde lo depositó posteriormente y luego se sentó a defecar. La diarrea y los vómitos eran la consecuencia de las drogas que consumían. El consumo que realizaba Evo era tan excesivo que provocaba que no controlara sus esfínteres. Cea, en cambio, era más moderada, por eso no tenía que usar pañales. Los vómitos se podían evitar con un medicamento que llamaban “antipost”, pero, al igual que las drogas, los estimulantes que usaban para “despertar” y la mayoría de los medicamentos, solo se encontraban en el mercado negro y se habían quedado sin ellas, debido al excesivo consumo que hacía Evo. Cea también vomitó un par de veces más y también vació sus intestinos en su compartimento de los baños ilegales. Se limpió bien el ano y la vulva con unas toallitas húmedas que iba extrayendo de una caja metálica con un orificio que estaba colgada en una de las paredes y se deshizo de ellas en el mismo recipiente químico donde había depositado todos sus desechos orgánicos. A continuación, comenzó a untar su cuerpo con una mezcla de aceite y arena que salía de un dispensador y luego se la quitó del cuerpo con una herramienta, similar a una cuchilla de afeitar, pero sin cuchilla y más ancha. Limpiaba continuamente el utensilio en papel que desechaba en el recipiente de residuos. Cuando terminó, su cuerpo estaba limpio y despedía un agradable perfume. De su mochila extrajo una pequeña botella con un líquido y un cepillo de dientes eléctrico con el que se lavaba los dientes enjuagándose cada poco con el líquido de la botella que escupía en el depósito químico. Se vistió con el corsé y una falda hecha de retazos de algo similar al cuero que apenas le cubría correctamente la vulva, los glúteos y parte de los muslos. Se enfundó los pies en unas sandalias de tiras de cuero que le subían por la pantorrilla. Tenía una larga melena de trenzas de colores que ató con un cordón en su nuca. Maquilló después su cara con distintos motivos que destacaban, sobre todo, sus labios. Sus orejas también estaban perforadas de múltiples formas y ella sí presentaba tatuajes por muchas partes del cuerpo, sobre todo en sus senos, muslos y tobillos. Salió de su vestuario y se encontró a Evo con unos pantalones de color crudo flojos atados a la cintura que dejaban adivinar sus genitales, ya que no llevaba nada debajo. Iba descalzo y tenía su delgado torso adornado por dibujos que simulaban tatuajes. Llevaba un pequeño chaleco de piel sintética. Al ver a Cea mostró su hermosa sonrisa artificial, ya que hacía tiempo que había perdido sus dientes, y le cogió los senos con ambas manos. Cea también sonrió y continuó hasta reír:

−Ya podías volver a follarme alguna vez y dejar de mostrar a las cámaras −señaló hacia arriba− que eres todo un semental −Rio a carcajada

Evo la soltó bruscamente, se enfundó los pies en unas viejas botas estilo militar, sin cordones y de un par de tallas mayor que la suya, y comenzó a caminar delante de ella enfadado

−Todo lo tienes que joder, ¿eh? Pues mira de quién es la culpa de mis gatillazos. Con esa actitud…

A Cea le cambió el gesto y lo siguió fuera. Cuando llegaron a la furgoneta, les esperaba un hombre cubierto por una túnica. 

−Otro bidón

−¿Qué? ¿Estáis locos o qué? −Cea no daba crédito, mientras Evo entraba en la autocasa

−Los que estáis locos sois vosotros. ¿Visteis cómo estaba? Eso acaba con la salud de nuestras chicas, que no tienen por qué limpiar eso. Es la última vez que os la limpiamos, otro bidón o −el hombre sacó un cuchillo de una hoja de treinta centímetros, pero Evo ya salía con otro bidón.

En realidad con las chicas se refería a una única mujer que trabajaba limpiando vehículos de clientes, baños, vaciando baños químicos y rellenando de líquido… por un bidón de agua al día para su familia que recogía su marido cada noche. Ella dormía en los baños ya que no tenía tiempo a ir y volver de su aldea, la población más cercana a los baños ilegales.

−¿A quién queréis engañar? Sabemos que han limpiado cosas peores. De momento, ahí dentro aún no hemos apuñalado a nad… −No pudo terminar, porque Evo tiró de ella hacia dentro.

Una vez dentro, Cea manipuló el ordenador de abordo, introdujo unas coordenadas y el vehículo desplegó unas enormes placas solares que parecían velas y se puso en movimiento, abandonando el lugar a altísima velocidad.


Cea tenía dieciocho años. Llevaba dos con Evo, que tenía su misma edad. Había nacido y crecido en sendas familias de traficantes de personas. En el amplio desierto que separaba los centros urbanos de su país de la frontera de la Unión de Repúblicas Feministas, URF, funcionaban unos cuantos clanes que trabajaban tanto para el gobierno como contra él, dependiendo de quién pagara mejor, trasladando personas a través del desierto hacia la URF o entregando a los perseguidos políticos que intentaban abandonar el país por esos medios. Las relaciones entre los clanes y la administración eran tan buenas que se daban situaciones tan curiosas como la de un hermano mayor de Cea, que era hijo de dos médicos que habían sido acusados de mala praxis por practicar abortos. El aborto supuestamente supuestamente era legal, pero que, en algunas ocasiones, acababan siendo la causa de la condena de los médicos, lo que era razón para que muchos se negaban a practicarlos. La madre y el padre biológicos habían intentado huir del país con el niño cuando tenía muy pocos años y el clan que se ofreció a ayudarlos, el de Cea, los entregó a las autoridades. El estado cedió al hijo, la custodia primero y la patria potestad después, a la familia de Cea.

El clan llevaban una vida nómada a través del desierto y vivían normalmente en grupo, salvo cuando tenían que entregar algún paquete, como decían ellos. Hacían su vida en autocasas que se movían entre las pequeñas poblaciones diseminadas por el gran desierto, que disponían de agua traída desde las desaladoras del mar. Había pozos naturales, pero esos Oasis estaban destinados a las instituciones y algunos eternos. El agua era el elemento más preciado debido a su escasez. Pertenecía tanto el agua de las desaladoras como la poca agua natural que quedaba a una corporación de uno de los eternos y tenía un precio elevadísimo que suponía la máxima inversión de la mayoría de las familias que apenas tenían para cubrir otras necesidades, como la vestimenta, por lo que solían fabricarla de materiales reciclados. El suministro de agua se pagaba siempre por adelantado.

En casi todos los clanes había hackers que bloqueaban algunas funciones del sistema para burlar el control de la administración, con la connivencia de esta, que los necesitaba para detener a los perseguidos por la ley que intentaban huir a través del desierto. De esta manera, por ejemplo, evitaban la educación reglada que se hacía on line desde las viviendas. En los clanes solo la seguían hasta que adquirían los conocimientos suficientes para sobrevivir en ese ambiente. Por eso era muy difícil que los jóvenes pudieran salir de ese mundo y dedicarse a otra cosa, ya que no tenían formación. Lo normal es que las jóvenes parejas vivieran en los clanes de los hombres, como era el caso de Evo y Cea.

La homosexualidad no estaba nada bien vista. En las parejas homosexuales uno de los dos miembros solía identificarse con el otro sexo para aparentar ser una pareja heterosexual y entonces eran muy bien aceptados. En algunas ocasiones, esa identificación solía llegar a la transformación absoluta del cuerpo. También había hombres heterosexuales que les gustaba identificarse como mujeres, eso también estaba muy bien visto. No había mujeres heterosexuales que se identificaran con hombres, solo las lesbianas.


Durante el viaje, Evo vomitaba y defecaba en el baño químico continuamente. Cea ya estaba mucho mejor y podía beber agua e incluso pudo beber un batido nutritivo.

−Espero que estés mejor cuando lleguemos. El paquete no puede verte así o perderemos encargos durante meses.

−Encárgate bien de tu casa y siempre habrá antipost para evitar esto −Evo volvió a vomitar tras proferir su queja.

−¿Te crees que es fácil con todo lo que te drogas mantener siempre las provisiones?

Evo se limpió, se enjuagó la boca con un líquido que escupió en el baño químico y se acercó con los ojos inundados en lágrimas a Cea.

−Tienes razón. Lo sé. Tenemos que dejar esta mierda. No sabes lo que deseo volver a hacer el amor contigo en condiciones.

Se acercó a ella y la besó tiernamente en la boca. Cea respondió al beso con bastante pasión. Repentinamente, Evo la apartó y corrió al baño químico a vomitar. Cea apretó un botón y un sonido de llamada se oyó en la habitación. Al instante, se materializó la holografía de una mujer cuya edad era difícil de adivinar, ya que se había sometido a varias cirugías y aparentaba la edad de Cea. Iba vestida y maquillada de manera similar a Cea. Su voz y su manera de hablar, sin embargo, delataban su verdadera edad.

−Buenos días suegra −habló Cea en primer lugar−, necesitamos comunicación segura. ¿Hay alguien por ahí que lo pueda arreglar?

−¿Para qué necesitáis comunicación segura?

−Tenemos un trabajo y necesitamos algunas cosas…

−Ya sé que tenéis un trabajo… −eran los clanes quienes decidían quién hacía el trabajo.

−Sí, sí, muchas gracias…

−¿Dónde está Evo? −la voz de la mujer sonaba autoritaria y cortante.

Evo se mostró ante la mujer

−Estoy aquí, mama.

−Evo, tienes que dejar esa mierda ya y, aunque esté ella delante, te lo digo igual: a lo mejor también tienes que dejar esa mujer si es ella la que te metió en todas esas cosas…

−¡Mama!

Cea había puesto los ojos en blanco. En realidad había sido al revés, pero ella sabía que había esa costumbre de culpar a las nueras de la deriva de sus hijos.

−Ahora le digo al primo que le diga a su chica que os busque comunicación segura para encontrar antipost, porque es lo que necesitáis, ¿no?

−Sí, mama −Evo hablaba mirando al suelo.

−Cea, que no me entere yo que pedís otra cosa que no sea antipost

Cea estaba tranquila porque sabía que todo lo que decía su suegra era parte de un papel que tenía que interpretar. En la intimidad la trataba muy bien y era muy cariñosa con ella. Incluso le daba la razón cuando se quejaba de la actitud violenta de su hijo, aunque siempre lo disculpaba con la excusa del consumo de drogas.

−Descuida, suegra. Solo antipost. Un abrazo, cuidaros

−Cuidaros vosotros también, hija. Un abrazo −el tono de la mujer había cambiado notablemente y mostró el cariño que realmente le tenía a Cea.

Un comentario sobre “Segundo tiempo: parte 1

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s