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La fuerza del silencio
Aquella madrugada me despertaron los chillidos de Mot. El maldito sistema sanitario que me habías obligado a llevar me impidió volver a dormirme porque se alarmó con mis palpitaciones. Los gritos de Mot no solían asustarme, pero lo de aquella noche fueron alaridos. Como por aquel entonces yo estaba enfadada con el mundo y especialmente contigo, aunque estaba despierta, no me levanté hasta pasadas unas horas.
Cuando llegué a la cocina, a pesar de que era muy temprano, ya estaba todo listo para el desayuno. Ese día tu cara mostraba un cansancio más agudizado que el acostumbrado. Al perpetuo color violáceo de las cuencas de tus ojos se le sumaba un rojo luminoso en tus globos oculares. Entonces no lo habría reconocido ni por asomo, pero ahora sé que me asustó que no me regañaras por no saludar. Estabas dando de comer a Mot, que estaba especialmente inquieto y escupía todo lo que introducías en su boca. Normalmente mostrabas mucha paciencia cuando hacía eso, pero aquel día no parecías acordarte de ella.
Recuerdo a Krul también levantado en silencio con los ojos muy abiertos mirando al infinito comiendo excesivamente despacio. Al momento supe que solo podía estar viendo cualquier barbaridad pornográfica o extremadamente violenta. A nuestro rededor giraba impaciente e imparable Amensa, el robot doméstico del que tan orgullosa te sentías, limpiando cada miga que caía al suelo o esperando con señales luminosas y una luz directa señalando una vajilla vacía para saber por una palabra nuestra si podía retirarla. A veces resultaba incluso molesta, pero reconozco que había sido una buena adquisición.
La discusión no tardó en llegar, llegaba siempre. Yo no te odiaba, eso tengo que decirlo, solo era una adolescente, nada más que eso, y tú lo sabías, pero no siempre supiste entenderlo… En fin, no escribo esto para contar lo que tú pudiste hacer mal. Escribo esto para mitigar este dolor tan inmenso que siento por todo lo que creo que yo no hice bien…
Había dormido poco y mal. Estaba cansada de la situación. No entendía nada ni compartía ninguna de tus ideas. No sabía ver todos tus sacrificios. No sabía nada. Pero había una certeza dentro de mí que no era capaz de gestionar y erupcionaba a la mínima: nada estaba bien realmente, nada era bueno…
Aquella mañana no me sorprendió el bofetón que me diste, que está claro que era bien comprensible. Lo que me desconcertó fue cuándo y por qué me lo diste. Con el tiempo supe que lo que acababa de decir era muy peligroso, pero entonces era muy joven y muy ingenua.
La facilidad de los hombres para tener mejores empleos era un hecho evidente y constatable, pero se consideraba disidencia y filoterrorismo feminista afirmarlo, ya que la conciencia general era que nuestro estado era muy igualitario y cualquier persona podía lograr ascenso social independientemente de su sexo. Yo ya sabía que mis comentarios podían ser peligrosos, pero creía vivir en alguna burbuja de cristal irrompible.
Lo recuerdo todo tan bien que me parece estar ahí…
En una habitación grande, de forma ovalada, con dominio de diferentes tonos de blanco y una pulcritud inmaculada, una mujer cercana a los 40 años, pero que aparenta más edad de la que tiene, vestida con una túnica negra de algo parecido a la seda, con amplios escotes en pico que le llegan hasta el ombligo por delante y más abajo de la cintura en la espalda, intenta alimentar un joven discapacitado, completamente desnudo, sentado en una silla con diversos mecanismos para que se pueda mantener erguido, con muy poca autonomía y serios problemas motrices e intelectuales.
La pared de la habitación ovalada, de un material similar al cristal, deja ver una amplia playa bañada por un mar grisáceo. No se vislumbra ningún tipo de vegetación.
Al lado del hombre discapacitado un niño de unos ocho años, también desnudo, mira al infinito mientras torpemente dirige la cuchara a su boca en movimientos lentos para ingerir el desayuno. Una máquina deambula por la sala recogiendo y limpiando todo lo que el hombre discapacitado escupe y salpica.
Una mujer de unos 18 años aparece en la sala, con cara muy seria. Lleva un kimono blanco que se desata y deja caer al suelo quedando desnuda de cintura para arriba.
ONA: ¿Qué has hecho con el climatizador? ¡Hace un calor…!
VAE: (Habla sin mirar a su hija) No me ha dado tiempo a vestir a Mot, por eso he subido la temperatura. Es muy sensible al frío…
Vae hace un ademán, limpia con una servilleta, que enseguida ávida recoge el robot, la cara de Mot y la silla de este comienza a moverse y desplazarse.
VAE: acabo de bajar la temperatura a 24º Podéis vestiros los dos. Sabéis que no me gusta que andéis desnudos.
ONA: Es mejor cómo vas tú, que pareces una actriz porno… (Vae mira hacia arriba de espaldas a su hija que no ve que los ojos se le llenan de lágrimas). Hablando de porno, ¿has visto a Krul? Creía que no lo conectabas hasta la hora de clase…
Vae se giró a mirar a su hijo y automáticamente hizo un gesto con la mano mientras su cara se congestionaba.
KRUL: ¡¡¡¡MAMÁÁÁÁÁ!!!
VAE: ¿Mamá? ¡¡¡Has vuelto a hackear el control parental!!! ¿Sabes lo que significa eso, no?
Krul empieza a llorar muy falsamente
KRUL: ¡¡NOOO!!! Mamá, por favooorrr. Prometo no volver a hacerlo.
VAE: No, Krul, no.
ONA: Sabes que vas a acabar cediendo. Lo haces siempre… Así está este… Oye, ¿Qué le pasa a Mot? Lo de hoy no fue normal.
VAE: (Intenta cambiar el gesto para poder establecer una conversación cordial, tan necesaria, con su hija, aunque la sonrisa se le queda en una mueca extraña) Fui yo. Fue una pesadilla. Me desperté gritando. Lo desperté y se asustó… Otra vez volví a soñar que nos bañábamos felices en la playa y una ola con forma de mano gigante te abrazaba delante de mí y te arrastraba hacia dentro… (se estremeció de solo recordarlo)
Entonces, una alarma empieza a sonar en la cocina y Vae mira su muñeca donde aparecen iluminados unos números
VAE: ¡¡¡Bufff!!! Las pulsaciones, me estoy estresando
ONA: ¡¡¡¡MAMÁ!!! ¡No me digas que otra vez estás embarazada!
VAE: No lo sé hija (visiblemente nerviosa intenta respirar profundamente para relajarse y, poco a poco, el sonido va suavizándose hasta desaparecer). Ha pasado muy poco tiempo.
ONA: Pero mamá, eres muy mayor… ¿Por qué…?
VAE: ¿Por qué? ¿Cómo quieres que mantenga este nivel de vida? Una casa en la playa, cada uno con su propio dormitorio, comida de calidad, toda el agua que queremos, conexión continua y control sanitario, robot doméstico… Además, en la clínica me han dicho que aún estoy perfecta para concebir, con la medicación adecuada… Y esta vez van a pagar muy bien, créeme
ONA: Mamá. Esto no es ningún nivel. Esto es lo que antes se llamaba un apartamento y lo tenía mucha gente…
VAE: ¡Ona! (mira a todos lados asustada) Sabes que eso son mitos. Deja ya esas tonterías tuyas. Vivimos mucho mejor que la mayoría de la gente y lo sabes. Vivimos mucho mejor que…
ONA: ¿Que quién? ¿Que papá? ¿Qué tú de pequeña? ¿Vamos a hablar de eso ahora?
VAE: No, no vamos a hablar de eso. Pero no me puedes negar que vivimos mucho mejor que la mayor parte…
ONA: Y mucho peor que tus jefes, con esas casas que…
VAE: Piensa en tus estudios, Ona. Esto también lo hago por ti, para que puedas estudiar, para que seas ingeniera y tengas un futuro como tu hermano o incluso mejor, porque, ahora que no nos oye, estudias mucho mejor que él…
ONA: No digas tonterías, Vad es un hombre, yo no podré…
Entonces Vae, sin mediar palabra, le soltó un bofetón a su hija que, absolutamente sorprendida, tardó unos segundos en reaccionar para abandonar la estancia rápidamente mientras Krul reía falsamente sin haberse vestido aún.
Aún no te había hablado de Win porque mi mente estaba ocupada en otras cosas cuando estaba cerca de ti. Sé que no es bueno fantasear con posibles líneas del tiempo imaginarias que crean nuestras decisiones, pero pienso mucho en cómo podría haber ido todo si yo te hubiera hablado de quien estaba aprendiendo tanto en los aqueños años…, aunque él siempre me decía que era al revés… Yo solo era consciente de haberle enseñado nuestro idioma y poco más.
Pero lo único que yo quería hablar contigo cuando estábamos juntas se reducía a puro ajuste de cuentas. Yo no te perdonaba que hubieras decidido quedarte. No entendía por qué no habías huido tras la guerra con el resto de la familia. Entonces vivía con la idea de que mis abuelos, mis tíos… y, posiblemente, algunos primos nacidos ya en la Unión de Repúblicas Feministas llevaban una vida maravillosa en el otro lado del mundo. El gobierno se encargaba de encubrir muy bien la cantidad que nunca sabremos de personas desaparecidas tras la guerra. Este es uno de los mayores sufrimientos con que cargo. Yo creía que tu familia había huido y que tú habías decidido quedarte por papá, que era del otro bando. Pero en mi defensa he de decir que eso era lo que papá nos contaba y tú nunca negaste. Hablaba mal de ellos. Decía que nunca habían intentado ponerse en contacto con nosotros para saber cómo estábamos… Como si eso fuera posible, en el caso poco probable, ahora ya lo sé, de que estuvieran vivos. Ahora, aunque no pueda demostrarlo, estoy convencida de que solo eras una superviviente y que fue tu fertilidad lo que te salvó la vida, papá mediante, ya que fue él quien te llevó a la clínica de la que dependeerías siempre.
Yo te hacía culpable de todas y cada una de las miserias con las que cargábamos. También te culpaba por todo lo que le habías permitido a papá, que te dejó por una mujer estéril mucho más joven, que lo podía satisfacer mejor que tú, que pasabas de embarazo a embarazo continuamente, y al que le tenías que pasar una manutención, dado que cuando estabais juntos no había más ingresos que los bebés que tú gestabas continuamente para los ricos de lo que en nuestro país se llamaba todo el mundo libre y ahora ya me acostumbré a llamar Oriente. Win me había advertido que debía ser más cauta con lo que pensaba, que se nos ocultaba mucha información y que tú solo querías protegernos. Pero yo era muy joven y lo solucionaba todo con el “tú no tienes ni idea de cómo es mi madre”.
A pesar de todo, el bofetón de la mañana me había hecho recapacitar y aprender de muy malas maneras que debía ser más cuidadosa también en el comedor con lo que verbalizaba a viva voz, Win ya me había enseñado que, por muy privada que creyera que era una conversación, podía llegar a tener que arrepentirme de cualquier cosa dicha, ya que todo quedaba en el sistema. De hecho, por esa razón aprovechaba con tanta frecuencia esa habilidad fantástica que precisamente tú me habías descubierto y yo había practicado tantísimo, hasta tal punto que me había convertido una auténtica experta: no solo sabía escribir a mano como se hacía 200 años atrás, sino que lo hacía con mucha seguridad, porque nadie ya sabía descifrar esos textos y nuestros dispositivos internos no se fijaban en ellos.
Sin embargo, aquel día no reconocí mi error ni mucho menos, sino que, al deducir que estabas embarazada otra vez, ardí de ira y te culpé por hacerle el juego al sistema, por no rebelarte, por formar parte de él. Por eso hice y dije lo que hice y dije tras las clases…
En un dormitorio, sin ventanas, pero con una luz que parece natural, decorado con motivos tropicales, Ona, con su larga melena recogida en una trenza que le cae sobre un hombro y un pecho, vestida con otro kimono muy flojo verde oscuro, de un material de textura similar al cuero, pero maleable como el algodón, está sentada tras un escritorio de bambú y con una cama estilo colonial tras ella, con mosquitera ornamental incluida, se despide ante una pantalla hiperrealista gigante que parece una ventana a una auténtica selva virgen donde alumnado y profesorado se ven como si estuvieran sentados sobre troncos de árboles.
ONA: Hasta mañana
Se oye un coro de voces repitiendo como en eco “hasta mañana”, “hasta mañana”… mientras van desapareciendo del escenario.
Ona se levanta y sale de su cuarto a través de una puerta que comunica directamente con el comedor ovalado. Allí, Vae, maquillada de manera que aparenta bastantes años menos que unas horas atnes y con un vestido rojo, de manga corta y tan corto que casi deja ver sus nalgas, tras afanarse en sujetar a Mot bien para darle de comer, se cubre con una bata blanca. Amensa coloca la comida en la mesa.
Al entrar Ona, Vae la mira y se le llenan los ojos de lágrimas
ONA: No deberías haberme pegado, pero sé por qué lo hiciste. Y es por esa razón por la que no te entiendo, mamá. Si sabes lo que hay realmente… No entiendo nada… (gesticula con los ojos como si hubiera perdido la paciencia) Pero tenemos que hablar, mamá, necesito saber (habla con un tono más tranquilo y conciliador) ¿Qué pasa si el embarazo no llega a buen término? ¿Qué garantías tienen los clientes de que es su embrión? Esta vez no has estado aislada. Yo sé que es su embrión, pero ellos…
VAE: En la clínica me han dicho que ya no es necesario…
ONA: En realidad, nunca lo fue. Era una manera de… (Ona se interrumpe y mira a todas partes). Bueno, mientras no tengamos otro Mot…
VAE: ¡¡¡OOONAAAA!!! (visiblemente irritada)
ONA: (muy envalentonada) ¿Qué pasa? Eso no es ningún secreto. (Mira a su hermano pequeño que no deja de estar atento a la conversación, como si fuera un espectáculo, mientras come) ¿Sabes lo de Mot?
KRUL: ¡¡¡Nooo!!! ¡¡¡Cuentaaaa!!!
Ona hunde su cara entre sus manos y comienza a respirar para intentar relajarse
ONA: Mot no es biológicamente hermano nuestro. Fue un embarazo fallido de nuestra madre que se tuvo que quedar. Y suerte que no le hicieron pagar lo que habían invertido los clientes…
VAE: Porque sabían que no era culpa mía, mirad vosotros qué bien habéis salido…
ONA: ¿Te recuerdo el de hace cuatro años? Si no llegas a encontrar a otros clientes que decidieron adoptar… Bueno, adoptar, dicen, si pagan… (nuevamente se interrumpe y mira a todas partes)
Vae la está mirando alarmada y entonces vuelven a sonar las alarmas debidas a su estrés.
Muy interesante y muy inquietante…
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