Primer tiempo

Historias de huidas

Posibilidad de suceso

En algún lugar del planeta, dentro de 200 años…

La habitación era amplia y los colores que la decoraban expiraban un halo de serenidad que Roda necesitaba en esos momentos. Se sentía muy cómoda entre esas paredes de colores ocres tenues con dibujos abstractos color turquesa. El suelo era de piedra, color teja, y el sofá semicircular en el que estaba sentada era de un verde manzana muy parecido al de su ropa, que consistía en una cómoda casaca y unos pantalones anchos y frescos. A pesar de todo, permanecía sentada con cierta rigidez corporal. No hacía nada de calor, aunque la estancia, sin ventanas, estaba ampliamente iluminada naturalmente por toda la luz que entraba a través de un sistema de espejos en el tejado del edificio. El sofá era cómodo y Roda fantaseó e incluso sonrió ante la idea de quedarse dormida. Al momento, entró Braba, que iba vestida igual que ella, y se acercó a ella. Las dos mujeres parecían salidas del sofá debido a los colores de este y sus ropas.

—Buenos días, Roda. Me llamo Braba y voy a ser la encargada de recibir tu narrativa. —Braba se acercó a donde estaba Roda, le cogió las manos y se las acarició dulcemente. después se dirigió a la otra parte del sofá y se sentó frente a ella.— Espero que hayas podido descansar —mientras Braba hablaba en su casaca aparecía escrito en la lengua de Roda lo que decía

—Buenos días… Sí… Bueno… No mucho… La cama era muy confortable, pero… —contestó Roda en la lengua de Braba. Señaló el pecho de su interlocutora— Hablo vuestro idioma…

Las diferencias entre ellas eran obvias. Braba, de piel oscura y ojos oscuros, con una larga melena de cabellos muy rizados que sostenía en la nuca con un coletero, sonreía armoniosamente mostrando una hermosa dentadura. Por contra, Roda, con su cabello rubio, decolorado artificialmente y muy corto, piel muy clara y ojos intensamente azules, mostraba un gesto serio, brusco, Ambas mujeres tenían prácticamente la misma edad, en torno a la treintena, pero Braba parecía mucho más joven, a pesar de que en su piel no se apreciaba ningún tipo de decoración ni mancha artificial. Tan solo alguna observadora u observador muy meticuloso y cercano espacialmente a ella habría podido percatarse de las diminutas manchas en las sienes de Braba, como consecuencia de la anulación permanente de sus dispositivos internos. Era algo obligatorio para trabajar con personas refugiadas, pero ella lo habría hecho igualmente, como la mayor parte de su generación que practicaban un activismo que llamaban “Desconexión” y abogaba por la vuelta a la naturaleza humana sin robotización. Roda llevaba su rostro decorado con un fondo blanco y colores intensos, sobre todo en torno a los ojos, pero no lograba, ni de lejos, ocultar la tremenda tristeza con la que cargaba. También ella había sido desconectada, pero por razones menos románticas y altruistas que Braba: para evitar que el gobierno de su país, Catfep, la pudiera rastrear.

—Ya, ya, entiendo que no hayas dormido bien… Lo de los subtítulos es para mejorar y garantizar una buena comunicación. Está bien que hables nuestra lengua, pero lo ideal es que la comunicación sea lo más fluida posible. Bien, no alarguemos más esto —Braba sacó de un bolsillo de su casaca un pequeño aparato que colocó en el sofá, lo presionó y se materializó ante ella la imagen de un teclado y una suerte de papiro o papel en blanco.— Roda, te tengo que pedir permiso para grabar nuestra conversación. A nosotras nos facilita el trabajo y luego será destruido. Creo que conoces el protocolo, pero necesito tu permiso.

—Graba sin problemas.

—De acuerdo. Coloca tu mano en el papel, por favor. —Así lo hizo Roda y, tras un pequeño destello, el teclado y el papel desaparecieron— He de pedirte también que hables en tu idioma. Creemos que es lo mejor. Yo llevo unos dispositivos externos que me traducen todo lo que dices de manera automática.

—No, prefiero hablar tu lengua, de verdad… La lengua de Catfep es muy artificial y está muy manipulada por el sistema. En realidad, quisiera olvidarla

—No hay problema. —Braba se quitó los auriculares de las orejas y los guardó en un bolsillo de su casaca. —Ahora puedes empezar a contar por donde quieras. Nosotras solo queremos ayudarte y estamos aquí para reescribir esa narrativa atroz que traes. Yo solo te interrumpiré si necesito alguna aclaración o si me pierdo en el discurso. Eres libre de empezar y seguir por donde quieras.

—Gracias… De verdad… No creí que me daríais asilo… —Roda comenzó a llorar. Braba hizo un gesto y, del sofá, junto a Roda, surgió una caja con tissues que Roda no dudó en utilizar.— No sabía que la URF había desacreditado Catfep…

—Gracias a valientes como tú, Roda, nos hemos enterado de muchas cosas y se ha detenido el proceso de asimilación en la Unión. Pero ahora no te preocupes por eso y cuéntanos, por favor, tu historia.

—De acuerdo…

Relato de Roda

Recuerdo perfectamente el día que llegó la llamada. Estaba desgranando guisantes con Tom en la cocina. Dentro de la casa no funcionaba ningún dispositivo electrónico para que no rastreasen conversaciones. Yo me había encargado de instalar inhibidores por toda la casa para que estuviéramos realmente aislados. Para comunicarnos debíamos salir afuera. Cuando había alguna llamada se encendían luces dentro. Tom y yo reíamos recordando un tropezón de una compañera de la comuna el día anterior en la plantación mientras intentaba atrapar un conejo que se había infiltrado…

Roda sonreía amargamente con los ojos inundados, pero con un ligero recuerdo de algún destello de alegría en la profundidad de su mirada.

Yo salí de espaldas, mirando a Tom y riendo, al ver mi color en la luz, convencida de que serían, una vez más, los de servicios sociales intentando averiguar cualquier cosa… Al salir, vi la cara de mi hermana y se me heló la sangre.

Roda es tan expresiva que sus gestos faciales decían más que sus palabras y Braba parecía estar viendo la escena directamente.

Hacía años que no me hablaba. Jamás contestaba a mis mensajes, ni mis llamadas, ni nada… Lloraba tan desconsoladamente que no dudé ni un segundo: no me iba a reñir. Creía que había sido papá. Estaba convencida de que había ido de voluntario a alguna revolución o alguna guerra, porque ni él ni mamá me hablan tampoco. Solo pudo pronunciar su nombre: “es Dana”… No necesitó terminar:

—Hermana, ¿puedo ir contigo? Dime que sí, por favor, dime…

—¡¡¡Veeennnn!! ¡¡¡Ven, por favor!!!

—Pero…, pero dime…

Entonces el mundo se cayó entero sobre mí. Recuerdo su grito de dolor: “Está muerta, hermana, está muerta…”

No pudo continuar. Comenzó a llorar copiosamente y a gemir… No era solo el duelo, era la también nostalgia lo que provocaba su congoja. Braba le dijo que se lo tomara con calma. Hizo un gesto y un robot entró en la estancia con una bandeja que contenía un vaso de agua y una botella. La bandeja se convirtió en mesilla auxiliar y la colocó junto a Roda, que bebió unos sorbos y se calmó un poco.

Entré tambaleándome en la casa y Tom me cogió en brazos. Le conté como pude lo que pasó… Aquí los recuerdos se me mezclan… Sé que le pedí que me dejara sola cuando llegamos a casa de mi hermana.

—¿Estás segura? Temo a tu cuñado. Estaré aquí por si pasa cualquier cosa…

En cuanto entré, mi hermana y yo nos abrazamos y fue como si no hubiera pasado ni un minuto desde la última vez que lo habíamos hecho. Mi cuñado no estaba en la casa. Pregunté por él y no recuerdo qué me dijo mi hermana, pero sí lo que pensé: como siempre, dejando a mi hermana con toda la carga emocional y él refugiándose en alguna droga para no pensar…

Entonces todavía no sabía que Dana se había suicidado. Pensaba que habría sido un asesinato… Bueno, en cierto modo lo fue.

Llevaba unos días sin hablar con mi sobrina, pero creía que era porque necesitaba ese espacio. Nunca me perdonaré haber tenido tal descuido.

Braba la interrumpió: 

—Aún no conozco los detalles de la historia, Roda, pero tu sobrina no murió por tu culpa… Perdona, que te cambie frívolamente de tema —no era casual esto, sino intencionado para aligerar la tensión dolorosa de Roda—. ¿Duna era el nombre que le habían puesto o el que había elegido ella?

Roda la miró atónita…

—Ah, perdona, claro. Verás. Aquí hay mucha costumbre de que, cuando las personas llegan cierta edad, como la veintena, se cambian el nombre familiar por otro. A mí, por ejemplo, mis madres me pusieron Simona…

Roda dejó asomar una tímida sonrisa en el oscuro bosque de su tristeza que llegó a atreverse a parecer una incipiente risa.

—¿Tus madres? Parece que estás hablando de Catfep

—Nooooo. Mis madres son dos mujeres, con cromosomas XX las dos —Braba rio.

—¿Lesbianas? Como Dana, entonces… —otra vez se le inundaron los ojos

—No, una es bis… Bueno, perdona, Roda, pero no estamos aquí para hablar de mí. Por favor, ¿quieres continuar o quieres hacer un descanso?

—No, no, continúo…

Dana no llegó a “cierta edad”, de todos modos. Se tomó una cantidad increíble de barbitúricos y, cuando le empezaron a hacer efecto, mientras aún tenía conciencia, se dejó caer en la vía del monoraíl en los segundos previos a la aparición del convoy. Mi niña, hasta para matarse lo hizo luchando. Demostró su teoría de que los sistemas de frenado automático no funcionaban y que el accidente del año anterior habría podido evitarse…

Durante los momentos del duelo y la despedida, mi hermana y yo estuvimos todo el tiempo llorando juntas abrazadas. No me separé de ella ni un segundo. Cuando mi cuñado apareció e intentó insinuar algo, mi hermana lo contuvo rápidamente: “Ahora no”.

Esos días fueron todo dolor, pero en algún momento mi hermana se serenó y me habló:

—Hermana, tenéis que iros, Tom y tú…y todos. Manu está muy enfadado, os culpa a vosotros. Lo tengo contenido, pero no sé cuánto podrá aguantar… Quiere denunciaros. Se ha enterado de que Dana y tú seguíais en contacto… Sí, hermana, sí… Yo lo he sabido siempre, pero te juro por lo que más he querido en mi vida, que es Dana, que jamás dije nada… Van a ir a por vosotros, tenéis que huir del país..

Braba volvió a interrumpir a Roda:

—Perdona, Roda, sé que te di libertad para que lo contaras como mejor te pareciera, pero, en este punto, quisiera preguntarte: ¿te encuentras emocionalmente preparada para hablarme de Dana?

Roda bajó los ojos al suelo y, sin llorar, pero muy seria contestó:

—Sí, lo estoy

Dana vino a traer alegría a nuestra familia. Cuando nació yo ya había tenido serios problemas con Manu con respecto a la educación de sus hijos. En aquella época Catfep estaba modernizándose y nos engañaba con la idea ilusoria de que se acercaba a los postulados de las Repúblicas Feministas. Por eso yo me atrevía a decir abiertamente que la masculinidad de la que él tanto se jactaba de sus dos hijos mayores no eran más que estereotipos sociales impuestos… Entonces no me habían detenido ni una sola vez. La apariencia de apertura para entrar en la Unión relajó la censura y la presión ideológica. Fue en aquellos años cuando llegó la felicidad con Dana.

Daña pasaba mucho tiempo conmigo en la comuna. Mi hermana trabajaba mucho y Manu no se hacía cargo de Dana. Ya te digo que todo eran apariencias: el trabajo reproductivo sigue estando en los hombros de las mujeres, como en el resto de lo que vosotros llamáis Oriente y nosotros llamamos Confederación (Democrática de Estados Independientes) o la CDEI. De pequeña, Dana siempre fue una niña muy normal. Sufrió, como sus hermanos, la vigilancia intensiva del sistema por si mostraba algún sesgo de tener un género sentido diferente a su carácter gestante, como dicen en Catfep.

Tuvimos algún que otro susto, porque, obviamente, ninguna niña encaja bien en los estereotipos, pero ahí estuve yo para evitar que la hormonaran y le interrumpieran el desarrollo, haciendo creer a todo el mundo que le encantaban las historias de amor, decorarse y gustar a los hombres…, por un lado y, por otro, educándola a ella en la doble moral de la apariencia frente a su familia y la sociedad y vivir internamente lo que ella quería. Fue fácil porque a mi hermana le apetecía mucho que Dana aprendiera en nuestra granja ecológica y pasaba mucho de su tiempo libre con nosotras.

Todo mejoró aún más cuando yo empecé mi relación con Tom.

En este punto, Roda volvió a perder la entereza y rompió a llorar, otra vez

La historia de Tom aún duele mucho, es todo tan duro…

Braba esperó pacientemente a que dejara de llorar.

—Si necesitas un descanso…

—No, no… Sigo

Cómo iba diciendo, cuando empecé con Tom, por fin parecía que la hermana rebelde, la oveja negra, iba sentando la cabeza. Dana tendría unos diez años en aquella época y creo que fue por entonces también la primera vez que se sintió atraída por la primera chica. A Dana siempre le gustaron las mujeres, solo las mujeres; nunca sintió nada por ningún chico. Cuando me lo contó, delante de ella, todo fueron apoyos y felicitaciones…, pero, sin que ella lo supiera, empecé a temblar. Todas las lesbianas que había conocido habían transicionado, presionadas por las familias y la sociedad. Algunas habían logrado evitarlo, pero…

En aquel tiempo ya sabíamos todas las feministas y el activismo ecologista que todo eran apariencias y el régimen capitalista continuaba inmutable. La mayoría de los libros de historia que habían salido a la luz, una década antes, contando lo que había ocurrido en gran parte del mundo, hace doscientos años, cuando comenzó la Revolución Feminista, con las teorías de identidad de género, muy similares a las que llevan instaladas en Catfep desde hace más de cincuenta años, fueron censurados, destruidos, sacados del sistema sin que nadie supiera ni cómo. En pocos años era imposible encontrarlos ni en formato digital, ni físico y en los libros de historia ni se nombraba aquello.

La situación para Dana era muy complicada, pero, con mucha maestría fuimos burlando el sistema y Dana vivía su sexualidad en secreto. Fueron años felices. Dana comenzó a frecuentar un centro juvenil de Diversidades sexuales y a tener sus primeros escarceos sexuales con otras chicas. Era muy feliz y jugaba con maestría la doble vida… hasta que decidió abrirse a su familia. 

Un buen día, las hormonas naturales que su cuerpo segregaba debido a la adolescenccia, su primer enamoramiento y el desarrollo esperable de esa etapa de la vida estallaron como una bomba atómica. Ni mis consejos, ni mi ayuda, ni mi experiencia sirvieron de nada. Contó todo a su familia y les presentó a su novia, mujer XX. En principio, nada podían decirle dentro ni fuera del núcleo familiar, porque “supuestamente” la homosexualidad en Catfep es legal y moral; pero, no tardaron en llegar las presiones. A las pocas semanas ya la obligaron a hacer un sinfín de test para comprobar si era transgénero. Por supuesto, como ocurría siempre con todas las personas homosexuales, salió que sí. Por fortuna, Dana estaba muy bien preparada para todo lo que le llegaría y, en un principio, logró librarse. No solo no transicionó, sino que tampoco se cambió el nombre (me asusté antes cuando me lo preguntaste, Braba),ni los pronombres, ni nada.

Aquella historia de amor apasionadísima duró lo que duran estas cosas en la adolescencia: nada.

Roda volvió a iluminar su rostro con lo que quería ser una sonrisa y, en cada intento, se acercaba progresivamente a ello.

Detrás de aquella, las novias se sucedieron en su vida y todo siguió más o menos bien… Dana era una mujer fuerte, luchadora de mil causas perdidas, pero feliz. Reía con mucha facilidad y contagiaba con su humor a toda compañía que tuviera la suerte de disfrutarla. La buena educación recibida en la comuna tenía sus efectos. Dana era lideresa indiscutible, pero era joven, y estaba formando su personalidad social. Con lo cual, la desgracia no tardó en llegar…

Roda perdió nuevamente la luz y se sumió en el duelo mezclado con la nostalgia y la impotencia.

La felicidad duró hasta que conoció a aquel tipo… (qué alegría poder nombrarlo en masculino, Braba, no te imaginas…). Un día me llamó diciendo que había conocido a una chica no binarie lesbiane y yo imaginé que era otra pobre como ella que no había tenido la suerte de tener alguien como las personas de mi comuna y yo que la ayudaran. Pero el día que me lO presentó me quedé sin habla. Era un chico, obviamente, Dana estaba encantada de su nueva amigue y yo creí que el mundo ya no tenía sentido. Hablando a solas con ella le pregunté si no había entendido nada de lo que tanto habíamos hablado y, entonces, me soltó como un loro el discurso oficial: es todo mentira, «las feministas estamos en una secta religiosa, las Repúblicas Feministas, en realidad, son una dictadura, pero, como son las que tienen la comida, tenemos que aliarnos para acabar con el monopolio…»

Pasaron los meses y fuimos perdiendo el contacto hasta que un día se presentó en la granja envuelta en lágrimas y dolor. Tras pedirnos mil perdones y hacerle entender que aquella seguía siendo su casa, logramos que nos contara. No voy a contar su versión literal, sino la verdad. A Dana no le gustan los hombres. Estuvo sometida por aquel chico durante meses y su vida sexual se convirtió en violaciones continuadas. Ella, con algún resto de de lo que le habíamos enseñado, logró juntar fuerzas para dejarlo. Entonces empezó su infierno: el acoso moral. En redes sociales, la familia, en el centro educativo… se unieron en una acción monstruosa para convencerla de que no era más que una tránsfoba, de que tenía serios problemas mentales que solucionar… Entonces vio la luz y vino a nosotros. Dana tenía quince años, era menor de edad… En Catfep, apra algunas cosas, la mayoría de edad es a los 21, para otras a los 12 (relaciones sexuales), 16…

El dolor volvió a invadir a Roda, que no pudo continuar y comenzó a llorar desconsoladamente..

—Roda, creo que es mejor que descanses.

—No, no, quiero quitar esto de en medio. Déjame continuar…

—De acuerdo, pero, bebe, respira…

Tras unos minutos de respiración, relajación y meditación, Roda continuó

A partir de ahí, todo se precipita. Comienzan las depresiones de Dana, los transtornos alimenticios, mi cuñado me culpa a mí y prohíbe a Dana cualquier contacto conmigo o con la comuna, con la connivencia de mi hermana, que termina, convencida y presionada por su pareja, por dejar de hablarme

Dana siguió en contacto con nosotras clandestinamente, pero era difícil ayudarla. Necesitaba una ayuda que no existe en Catfep. La ayuda que podríais haberle dado vosotras, Braba… Empezaron a medicarla y a convencerla para que se cambiara el nombre, para que volviera con aquel energúmeno… El infierno duró apenas dos años. Hasta el fatídico día de la llamada de mi hermana.

Roda ya no lloraba, tenía los ojos tan secos como el alma. Miraba impotente al infinito

—Eres muy valiente, Roda, Haremos que la historia no olvide el nombre de Dana, ni de ninguna de las víctimas del Patriarcado aún superviviente en tantos puntos de la tierra

—Yo quería que viniera aquí con nosotras, Braba… Yo quería que viviera su vida libremente…

En esos momentos Roda comenzó a llorar con tanto dolor que Braba terminó por acompañarla, inevitablemente por la empatía, en el llanto. Aún así, pudo hablar

—Bien, Roda, bien, sácalo todo. Lo estás haciendo muy bien. —Volvió a acercarse a ella, se sentó a su lado y le cogió las manos dulcemente— Vamos a dejarlo por hoy, pero lo has hecho muy bien. Eres un ejemplo a seguir, querida.

Situación de Roda

Roda había atravesado la frontera unos días atrás. Había llegado desnutrida, deshidratada y, psicológicamente hundida, bajo un fuerte estrés postraumático. A su pareja, Tom, lo habían apresado muy cerca ya de la frontera. En Catfep, vivían en una comuna ecofeminista autosuficiente. Estaban bajo la lupa de la policía del odio desde hacía tiempo, pero la historia de Dana fue el detonante. Se les acusaba a todas de incitación al suicidio, transfobia y organización filoterrorista. En el centro de acogida buscan y esperan a más miembros de la comuna, que aún se encuentran en situación de desaparecidos. 

Necesitaban su historia, junto con otras muchas, para denunciar públicamente a Catfep. Habían hecho creer a medio mundo que habían adoptado los postulados de la Revolución Feminista, para poder entrar en la Unión de Repúblicas Feministas, pero, en su lugar tenían instalado un capitalismo de corte generista-queer como el que se había intentado imponer doscientos años atrás en gran parte del mundo, frenado, afortunadamente, por la Revolución y fracasado en el resto de países. Gracias al sistema de acogida se había descubierto la verdad de Catfep en la voz de las asiladas. 

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