Tercer tiempo: parte 2

Imagen de LAURENCE ROUAULT en Pixabay-maternity

La fuerza del silencio

Me sentía valiente porque creía que mi verdadera vida estaba al lado de Win y todo lo demás carecía de sentido para mí. Tenía bien decidido mi futuro y estaba muy lejos de aquel sistema corrupto e insoportable que había convertido nuestro país en el paraíso de las familias que no podían concebir, que cada vez eran más.

En la que yo creía que era mi vida real y trampolín de mi futuro, Win me insistía en que él para mí no era más que un entretenimiento y yo no entendía por qué decía eso, cuando me sentía enamoradísima. Al desaparecer ese amor tan grande de manera natural entendí todo lo que él me decía y cuál fue su función en mi vida. Si yo te hubiera hablado de Win, estoy casi segura de que tú me habrías dicho lo mismo, pero yo no habría sabido interpretarlo y te habría echado en cara que nos querías separar. Siempre criticabas las parejas con diferencia e edad y Win era unos cuantos años mayor que yo; nunca supe exactamente cuántos porque él, por aquel entonces, no conocía su edad y, obviamente, no era cuestión de ir a un médico a que se la dijera… Después, cuando conoció su edad biológica, nuestro amor ya no era más que un recuerdo y yo ya no tenía el más mínimo interés en saberlo.

Win había crecido en un clan de traficantes de personas del gran desierto, adoptado por una familia que había entregado a sus padres, a los que nunca llegó a conocer y que se encontraban en situación de desaparecidos. Al llegar a la edad adulta había logrado huir del clan para unirse a una hermana que era refugiada en la Unión de Repúblicas Feministas, la URF. Allí fue reclutado para trabajar de cooperante, porque al haber crecido en un país de Oriente, es muy valioso como infiltrado. Ahora pienso mucho en todos los riesgos que podía haber supuesto la diferencia de edad y es que, por mucho adiestramiento que las feministas hubieran hecho con él, el mundo en el que creció formaba parte de su personalidad.

Lo conocí en la primera reunión de las minas a la que acudí. La pura instisfacción me había llevado a contactar con aquel grupo de disidentes, pero no este el lugar ni el momento de contar esa historia. Me gustó desde el primer momento, por su físico, por su manera de hablar, por su sabiduría. Él lo notó y aquel mismo día ya tuvimos sexo. Me sorprendió todo mucho, porque él venía de una cultura donde el sexo era lo más importante y reinaba en todas partes, por lo que no se solía dar mucho tiempo a la seducción o el conocimiento. No me importó y me gustó muchísimo desde el primer momento todo lo que hacíamos. Yo pensaba que había sido un gran maestro, porque entonces aún creía que el sexo era solo lo que se conocía en nuestra cultura tan patriarcal. Win también estaba muy influido aún en ese sentido, pero en su favor he de decir que ponía mucho de su parte por limpiar su carga patriarcal y enseñarme a mí a despojarme de ese lastre.

Quizá, si en ese momento hubiera compartido todo esto contigo, me habrías explicado muchas cosas que yo desconocía… Pero entonces tú para mí eras la causa de mis desgracias y la encarnación del fracaso y la derrota. Mi desconocimiento del mundo me cegaba.

Aún así, el día que llegaste de la clínica con el gesto absolutamente descompuesto y un silencio impuesto que no podía entender, algún resorte entre nosotras se rompió y pude cambiar mi actitud para pasarte aquella nota escrita a mano, que supuso el punto de inflexión que daría un vuelco a nuestras vidas.

No lo dudé, me fui a mi cuarto y busqué papel y lápiz para escribirte. No sabía cómo hablarte, porque debía de ser muy cautelosa al principio y se me ocurrió algo mientras miraba mi trofeo del campeonato del mundo de ajedrez, quizá, en aquellos momentos, mi mayor orgullo: la primera mujer de Oriente en llegar a la final. Aunque no gané, llegar hasta ahí fue uno de mis mayores logros. Tú también estabas muy orgullosa, pero le hiciste el juego al sistema y nunca reconociste el mérito que tiene que una mujer en nuestro país pueda llegar allí… En fin… Aunque sea difícil de creer, recuerdo la nota casi palabra por palabra.

«Mamá, me he quedado muy mal al ver tu gesto. No sé qué ocurre, pero no puedo más. Tengo que hablar contigo.
Cuando jugué la final del campeonato del mundo de ajedrez, no te lo conté pero mi contrincante y yo logramos un medio para burlar el control y nos comunicamos sin que nuestros respectivos estados supiesen nada.
En la URF no es como nos cuentan mamá, de verdad. Las cosas funcionan muy bien y tienen una política de acogida.
He pensado mucho en ello y tengo que decírtelo: me quiero ir. Quiero irme a vivir a la URF.
Aquí las cosas no van bien y lo sabes.»


Cuando leíste la nota comenzaste a llorar de una manera que me asustó. Creo que fue la primera vez que empecé a querer estar de tu lado, empecé a dejar de verte como la enemiga, la causa…

Entonces me cogiste el lápiz de la mano y te pusiste a escribir por la otra cara del papel. Aún te recuerdo y te puedo ver, con la punta de la lengua fuera, escribiendo muy despacio y apretando tanto el lápiz contra el papel que iba dejando surcos en él. La letra era grande y llena de aristas, pero se entendía perfectamente lo que decía:

«Necesito hablar, pero así me cuesta mucho»

Yo te quité el papel y escribí en muy poco tiempo

«Sé de un sitio donde no se puede detectar nada»


En una gran terraza con el mar al fondo, un hombre joven, maquillado, vestido con una túnica blanca y con la cabeza cubierta por una gorra plateada, se sienta tras una gran mesa de despacho blanco. Bebe, pequeños sorbos de una bebida azul turquesa en un vaso con forma de flor. Está atardeciendo y toda la escena está bañada de tonos rojizos y violáceos. El hombre manipula una pantalla virtual que flota frente a él y desaparece repentinamente al entrar en la terraza Vae, que lleva envuelto el cuerpo y la cabeza en una túnica y con gafas que la protegen de la luz.

GERENTE: (Habla con un tono muy sonriente y cariñoso) Buenas tardes Vae, es un gusto verla. Puede descubrirse, ya casi no hace sol. ¿Quiere usted beber algo? (señala el vaso mientras habla)

La mujer se quita la túnica, quedando cubierta por una prenda negra muy similar a los bañadores de mediados del siglo XX. Su larga melena le cae sobre la espalda y hombros y se quita las gafas que dejan ver un rostro maquillado para aparentar menos edad.

VAE: (con gesto compungido) Buenas tardes. Agua, por favor, muchas gracias.

Un robot aparece con una jarra de agua y un vaso y lo deja en la mesa. Vae se sirve y bebe.

GERENTE: (mostrando una sonrisa amplia y muy artificial) Por su cara veo que conoce las malas noticias.

VAE: (Habla en voz muy baja) Sí…

GERENTE: No obstante le muestro y explico todo lo sucedido y deberá firmar al final… Bueno… No necesariamente hoy… (una pantalla virtual flotante se mostró ante Vae y un texto iba apareciendo lentamente) Sin más le explico: ha tenido un aborto…

VAE: ¿Seguro? ¿No es muy pronto para saberlo? ¿No puede ser que simplemente el embarazo…?

GERENTE: (Sonriendo) No me interrumpa, por favor y no discuta la eficacia del sistema. Como iba diciendo, ha tenido un aborto y los registros de su monitorización indican una gran carga de estrés en varios momentos, con lo cual, está claro que ha sido culpa suya…

VAE: (visiblemente afectada por las palabras del gerente) Pero…

GERENTE (Siempre sin dejar de sonreír y con tono paternalista) Ya le he dicho que no me interrumpa…

VAE: (Muy asustada y cabizbaja) Perdón…

GERENTE: Como usted ya sabe, provocar un aborto supone una penalización económica muy severa, ya que deberá usted cubrir todos los gastos de las gestiones, además de pagar a los clientes el importe íntegro de la gestación como si se hubiera llevado a buen término

En la pantalla que mira VAE se vislumbra una cifra

VAE: (Llorando y gimiendo) Por favor, no me hagan esto. Yo no me he provocado ningún aborto y, además, tampoco tengo ese dinero. ¿De dónde lo voy a sacar?

GERENTE: No se preocupe, hemos calculado que, con la venta de todos sus bienes y todos sus ahorros, obtendría una cantidad que, aunque no cubre el 100%, sería suficiente para negociar un aplazamiento del resto.

VAE: (Continúa llorando) Pero, ¿están ustedes locos? ¿Dónde voy a vivir? ¿Cómo voy a dar de comer a mis hijos? ¿Y Mot? Eso tampoco fue culpa mía…

GERENTE: Vae, usted aceptó todas las cláusulas cuando comenzó nuestra relación comercial. Tiene una vida con la que mucha gente sueña, renunciar a ella no ha de suponer tanto. La mayor parte de la población…

VAE: (Con una angustia inconentenida) ¡Se muere de hambre!

GERENTE: (Sin abandonar en ningún momento el tono paternalista) Eso es algo que no concierne a nuestra empresa ni a nuestro país y usted lo sabe. Se debe al monopolio de los alimentos…

VAE: (Un poco más calmada) Mire, les he servido toda mi vida, ¿no tengo derecho absolutamente a nada por ese servicio?

GERENTE: (Enseñando toda su dentadura artificial nuevamente) Serénese, Vae, serénese. No todo está perdido. Hay otra opción que puede salvar a su familia.

VAE: (Ansiosa por la desesperación) ¿Cuál? Dígame qué puedo hacer y haré lo que sea

GERENTE: (Sonriendo nuevamente) Esa es la actitud, Vae, esa es la actitud. Verá, sabemos que tiene una hija de 18 años tan sana como usted. Con que nos la traiga y firme un contrato de por vida, como hizo usted, quedarán todas las deudas saldadas…

VAE: (Absolutamente compungida) Ni lo sueñen

GERENTE: (Continuando con su sonrisa y tono paternalista) No se precipite, Vae. Creemos que es mejor que lo consulte con su hija. Que le cuente lo ocurrido y que ella tome la decisión

VAE: (Poco a poco ha ido cambiando el gesto y de la desesperación pasa al enfado) N i – l o – s u e – ñ e (lo dice muy despacio, silabeando)

GERENTE: (Cambia su cara y pasa a hablar completamente serio con un gesto amenazador) Vae, tiene usted cuatro días para tomar una decisión. Si en cuatro días no está aquí con una respuesta, nosotros mismos hablaremos con su hija, pero la negociación ya será otra, porque, si somos nosotros quienes tengamos que convencerla, no se saldará toda la deuda y usted deberá tener que darnos todos sus ahorros y vender todos sus bienes. Si su hija se niega, automáticamente le embargaremos todo y usted ingresará en prisión por el tiempo equivalente a la deuda que queda sin cubrir. Aquí termina nuestra reunión. Puede irse.

Vae se levanta muy lentamente, mira amenazante al gerente, ya no queda ni rastro del llanto, bebe con mucha lentitud el agua que le queda sin dejar de mirar al gerente que desvía la mirada al infinito mientras espera a que se vaya, coge sus pertenencias y abandona la terraza con la cabeza muy alta.

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